Global Research
Traducido del inglés para Rebelión por Germán Leyens |
A primera vista podría parecer que Obama suaviza la política de EE.UU. hacia Latinoamérica, en especial si es comparada con la de su predecesor. Ha habido suficientes editoriales elogiando el enfoque conciliador de Obama, y comparándolo con la política latinoamericana del “Buen Vecino” de Franklin Delano Roosevelt.
Sin embargo, es importante recordar que la idea de Roosevelt de ser amigable significaba solamente que EE.UU. dejaría de realizar intervenciones militares directas en Latinoamérica, mientras se reservaba el derecho a crear y fortalecer a dictadores, armar y entrenar fuerzas armadas regionales impopulares, promover la dominación económica mediante el libre comercio y préstamos bancarios, conspirar con grupos derechistas, etc….
Y aunque la política de Obama hacia Latinoamérica causa una sensación parecida, muchos de los métodos de dominación de Roosevelt no están a su disposición. Décadas de política de “buen vecino” de EE.UU. en Latinoamérica resultaron en una cadena continua de golpes militares respaldados por EE.UU., economías de deudores en bancarrota, y consecuentemente, una revuelta a escala hemisférica.
Muchos de los jefes de Estado con los que Obama se juntó en la Cumbre de las Américas llegaron al poder gracias a movimientos sociales nacidos de la oposición a la política exterior de EE.UU. El extremo odio a la dominación de EE.UU. en la región es tan intenso que cualquier intento de Obama de restablecer la autoridad de EE.UU. resultaría en una reacción violenta, y Obama lo sabe.
Bush tuvo que aprenderlo por las malas, cuando su patético intento de domar a la región condujo a una humillación en la Cumbre de 2005, donde por primera vez los países latinoamericanos derrotaron un intento más de EE.UU. de utilizar la Organización de Estados Americanos (OEA) como instrumento de la política exterior de EE.UU.
Pero mientras Obama discutía humildemente temas hemisféricos “en igualdad de condiciones” con sus homólogos latinoamericanos en la reciente Cumbre de las Américas, señaló sutilmente que la política exterior de EE.UU. seguirá siendo la misma.
La señal menos sutil de que Obama sigue la línea de anteriores gobiernos de EE.UU. – republicanos y demócratas – es su posición respecto a Cuba. Obama ha adoptado una postura como si fuera progresista cuando se trata de Cuba al aflojar algunas restricciones de viaje y financieras, mientras mantiene en su sitio el tema mucho más importante del embargo económico.
Cuando se trata del embargo, EE.UU. es totalmente impopular y está aislado en el hemisferio. El sistema bipartidista de EE.UU., sin embargo no puede dejar pasar el asunto.
El propósito del embargo no es presionar a Cuba para que sea más democrática: esa mentira puede ser fácilmente refutada por los numerosos dictadores que EE.UU. ha apoyado en el hemisferio, para no mencionar a los dictadores que EE.UU. actualmente refuerza en todo Oriente Próximo y otros sitios.
El verdadero propósito detrás del embargo es lo que Cuba representa. Para todo el hemisferio, Cuba sigue siendo una sólida fuente de orgullo. Cuba se ha convertido en inspiración para millones de latinoamericanos por la derrota de EE.UU. en Playa Girón, y su inflexible independencia en una región dominada por corporaciones de EE.UU. e intervenciones de anteriores gobiernos. Esa profunda ruptura con la dominación de EE.UU. – nada menos que en su “propio patio trasero” – no es perdonada fácilmente por EE.UU.
También hay una razón más profunda para no eliminar el embargo. El fundamento de la economía cubana está organizado de manera que amenaza el principio filosófico más básico compartido por el sistema bipartidista: la economía de mercado (capitalismo).
Y aunque la “lucha contra el comunismo” pueda parecer una reliquia polvorienta de la era de la guerra fría, la actual crisis del capitalismo mundial plantea de nuevo la pregunta: ¿hay otra forma de organizar la sociedad?
Incluso a pesar de la inmensa falta de recursos y tecnología de Cuba (agravada aún más por el embargo de EE.UU.), los logros en la atención sanitaria, la educación y otros campos son suficientes para convencer a muchos en la región de que hay aspectos de la economía que vale la pena repetir – sobre todo el concepto de producir para satisfacer las necesidades de todos los cubanos y NO para el beneficio privado.
Hugo Chávez ha sido el líder latinoamericano más inspirado por la economía cubana. Chávez ha realizado importantes pasos hacia el quiebre del modelo económico capitalista y ha insistido en que el socialismo es “el camino adelante” – y gran parte del hemisferio está de acuerdo.
Es la única razón por la cual Obama continúa la hostilidad de la era de Bush contra Chávez. Obama, es verdad, ha sido menos directo respecto a sus sentimientos hacia Chávez, aunque ha declarado en público que Chávez “exporta terrorismo” y es un “obstáculo para el progreso.” Ambas acusaciones son, en el mejor de los casos, miserables mentiras. Chávez sacó la conclusión correcta de los comentarios cuando dijo:
“Él [Obama] dijo que soy un obstáculo para el progreso en Latinoamérica; por lo tanto, hay que quitarlo, ese obstáculo, ¿verdad?”
Es importante señalar que, mientras Obama “escuchaba y aprendía” en la Cumbre de las Américas, el hombre que había nombrado para que coordinara la cumbre, Jeffrey Davidow, esparcía afanosamente veneno anti-venezolano en los medios.
Esa desinformación es necesaria por la “amenaza” que representa Chávez. La amenaza en este caso va contra corporaciones de EE.UU: en Venezuela, que piensan, correctamente, que corren peligro de ser intervenidas por el gobierno venezolano para que sirvan las necesidades sociales del país en lugar del beneficio privado. Obama, como su predecesor, cree que un acto semejante iría en contra de los “intereses estratégicos de EE.UU.,” vinculando así los beneficios privados de mega-corporaciones que actúan en un país extranjero a los intereses generales de EE.UU.
En los hechos, esa creencia de que el gobierno de EE.UU. debe proteger y promover a las corporaciones de EE.UU. que actúan en el extranjero es la piedra angular de la política exterior de EE.UU., no sólo en Latinoamérica, sino en el mundo.
Antes de los movimientos revolucionarios que se liberaron de gobiernos títeres de EE.UU. en la región, Latinoamérica era utilizada exclusivamente por corporaciones de EE.UU. para extraer materias primas a precios por el suelo, para utilizar mano de obra barata para obtener súper ganancias, mientras toda la región era dominada por bancos de EE.UU.
Las cosas han cambiado dramáticamente. Los países latinoamericanos han tomado a su cargo industrias que fueron privatizadas por corporaciones de EE.UU., mientras compañías chinas y europeas han recibido luz verde para invertir en una magnitud que resta importancia a las corporaciones de EE.UU.
Para Obama y el resto del sistema bipartidista, esto es inaceptable. La necesidad de reafirmar el control corporativo de EE.UU. en el hemisferio es una de las principales prioridades de Obama, pero la maneja de un modo estratégico, siguiendo el camino preparado por Bush.
Después de darse cuenta de que EE.UU. no podía controlar la región mediante métodos más vigorosos (especialmente debido a dos guerras que está perdiendo en Oriente Próximo), Bush prefirió sabiamente tomar una cierta distancia y fortificar su posición. Los puntos de apoyo aislados para Bush en Latinoamérica eran, lo que no sorprende, los dos únicos gobiernos de extrema derecha en la región: Colombia y México.
Bush trató de fortalecer la influencia de EE.UU. en ambos gobiernos, implementando primero el Plan Colombia, y luego la Iniciativa Mérida (también conocida como Plan México). Ambos programas aseguran que inmensas sumas de dólares del contribuyente de EE.UU. sean canalizados a esos gobiernos impopulares con el propósito de reforzar sus organizaciones militares y policiales, que en ambos países tienen atroces historiales de abusos de los derechos humanos.
En efecto, la relación diplomática con esos fuertes “aliados” de EE.UU.” – combinada con la ayuda financiera y militar, actúa para reforzar ambos gobiernos, que posiblemente habrían caído de otra manera (Bush se apresuró a reconocer al nuevo presidente de México, Calderón, a pesar de la evidencia de fraude electoral en gran escala). Ambas relaciones fueron legitimadas por la retórica típica: EE.UU. estaba ayudando a Colombia y México a combatir el “narco-terrorismo.”
La implicación total de esas relaciones fue revelada cuando, el 1 de marzo de 2008, los militares colombianos bombardearon una base de las FARC en Ecuador sin advertencia previa (EE.UU. y Colombia consideran que las FARC son una organización terrorista). Los países latinoamericanos organizados en el “Grupo de Río” denunciaron la incursión, y la región se desestabilizó instantáneamente (Bush y Obama apoyaron el bombardeo).
La conclusión a la que han llegado muchos en la región – el más notable, Chávez – es que EE.UU. utiliza a Colombia y México para contrarrestar la pérdida de influencia en la región. Mediante el refuerzo de los poderosos ejércitos de ambos países, realza considerablemente el potencial para intervenir en los asuntos de otros países en la región.
Obama se ha apresurado a colocar firmemente su peso político tras Colombia y México. Mientras ponía por las nubes el Plan Colombia, Obama hizo un viaje especial a México antes de la Cumbre de las Américas para reforzar su alianza con Felipe Calderón, prometiendo más ayuda de EE.UU. a la “guerra de la droga” en México.
Lo que dejan en claro estas acciones es que Obama continúa el antiguo juego del imperialismo de EE.UU. en Latinoamérica, aunque de modo menos directo que el gobierno anterior. El intento de Obama de realizar una política de “buen vecino” en la región inevitablemente se verá limitado por las molestas demandas de “intereses estratégicos de EE.UU.,” es decir, las demandas de corporaciones de EE.UU. que quieren dominar los mercados, mano de obra barata, y materias primas de Latinoamérica. Y aunque una cosa es sonreír a las cámaras y darse apretones de manos con dirigentes latinoamericanos en la Cumbre de las Américas, las corporaciones de EE.UU. exigirán que Obama se muestre proactivo en la ayuda para que se restablezcan en la región, exigiendo todas las intrigas y maniobras del pasado.
Shamus Cooke es trabajador del servicio social, sindicalista, y escritor para Workers Action (www.workerscompass.org). Para contactos escriba a: shamuscook@yahoo.com
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